Jamás pensé en cautivarte
-o, al menos, acceder a la
llave que abriera el cerrojo
que custodia ese tesoro,
para muchos tan preciado:
el aroma de un orgasmo
enterrando sus mayores
tabues]-
queriendo ser tu vasallo.
Yo nunca quise que fueras
una donna angelicata,
ni una Laura, ni una Lesbia,
ni una Beatrice si quiera;
ni busqué un locus amoenus.
El tiempo me aseguró
un escondite en tu almohada,
en una remota esquina,
donde se amontona el polvo.
Allí, soy un ácaro más,
un temor minimizado.
Pablo Velasco
No hay comentarios:
Publicar un comentario