Pensó que
cualquier excremento literario disfrazado de tópico absurdo le habría de bastar
para introducir una presentación previa a su primer poemario. Dejó de escribir y siguió caminando. Se encontraba de
nuevo en la calle donde pasó los primeros años de su atormentada juventud. Dispuesto a subir a la antigua casa de sus padres, que acababa de ser demolida
hace unos meses, abrió la puerta de aquel portal medio derruido y subió por
unas escaleras agrietadas hasta la puerta de piso. Luego, se adentró en el mugriento
pasillo y observó un colchón en suma putrefacción al final de éste. Jamás pensó
que se encontraría a una mujer en él acostada. Sin duda alguna, había una muchacha
pelirroja con unos senos descomunales y una palabra inscrita en el muslo derecho.
Su cuerpo etéreo y esculpido en marfil contrastaba con la imagen tétrica de
aquel piso. Acercó su vista hacia sus piernas, tratando de leer el tatuaje. Pudo apreciar únicamente un término latino: nihil.
–¿Qué le parece la introducción a mi
novela?
Pregunté al viejo que se
sentaba a mi lado en el tren.
–Me parece una autentica
mierda, eres un pedante asqueroso. Absolutamente patético.
Me marché de aquel asiento y
choqué con una chica en el pasillo del vagón. Fui al retrete que había justo al
final del pasillo. Éste apestaba a semen, vómitos y látex. Aquel olor a
inframundo no impidió que me bajara la cremallera del pantalón y me masturbara frenéticamente.
Al salir del tren me estaba esperando un chico que parecía un toxicómano a simple vista. Era
un
amigo del instituto que se llamaba Alfredo
Pedrero.
–Hola, tío –dijo –¿Quieres un
cigarro?
Vale. ¿
Lucky Strike?
–Por supuesto. Siempre fumo un
cigarrillo de estos mientras espero un
golpe de suerte
-¡Qué estupidez, joder!
-Sí, es bastante absurdo.
Fuimos a su casa, cerca de la
alameda. Cuando subimos, cogimos un par de pintas y nos sentamos en el sofá de
su salón. Sacó una bola de papel de aluminio y la abrió. Dentro de ella había una
cantidad de marihuana suficiente como para drogar a un centenar de elefantes.
Alfredo se acercó a mí sonriendo.
-¿Has probado alguna de estas?
Es un tipo de sativa alucinógena.
-No, pero es un buen momento
para hacerlo.
En ese mismo instante sonó el timbre de la puerta. Era otro compañero
de instituto, un viejo colega. Se trataba de un tipo bastante peculiar, excesivamente
delgado y alto. Se llamaba David Vilchez.
-¡Hola camaradas! –dijo –¿Qué
se cuece por aquí desgraciados? Le gustaba sacar de quicio a cualquier ser
humano sobre la faz de la tierra, un capullo en toda regla.
–Me gustaría probar esa mierda
que has traído
Nos fuimos a un parque cercano
y nos sentamos en el césped a fumar. Alfredo abrió un cigarrillo, extrajo todo el
tabaco que contenía, sacó el algodón de la colilla y le arrancó un pedazo.
–Preferiría no aliñarlo –dije.
Quería probar la intensidad de la sustancia, prescindiendo de tabaco o
cualquier otro aditivo.
–¿Estás seguro?
En ese momento desconocía que
la dosis era excesiva. Podría producir un efecto similar al del ácido, una
completa alteración de los sentidos, una percepción de la realidad
absolutamente surrealista.
–Seguro, joder –dije yo.
La situación se tornó
psicodélica en exceso. Yo me tumbé en el césped aturdido, cieguísimo. Comencé a
acariciar la hierba con asombro. Me sentía ingrávido. Parecía como si la tierra
sobre la que me acostaba endureciese por segundos. Incapaz de articular una sola palabra, me agarré fuertemente al tronco de un árbol.
–Es…esto…toy so…bre ro…ca.
-¿Qué dices? ¡Estás muy drogado!
–Digo que estoy sobre roca.
Intenté levantarme, lo
conseguí. Iba tambaleándome hacia la fuente,cada vez a paso más lento.
Perdí el sentido del equilibrio y tropecé. De repente, vi pasar infinidad de personas, los cuerpos y los
rostros parecían tener forma geométrica. Cuando conseguí llegar a casa, anduve
dando círculos durante más de siete minutos. Una vez en la habitación, me eché sobre la cama. Las sábanas parecían más ligeras que nunca. Sentía un temblor
en cada extremidad de mi cuerpo. En un torpe intento de acomodrame, caí tendido al suelo. Finalmente, entre vuómitos y alucinaciones, conseguí dormir.
Pablo Velasco.