martes, 26 de marzo de 2013

Cuento del amor de cristal

La encontré llorando,
a la sombra de una grúa,
astillada por una realidad de cobre
que oxida nuestra propia sangre.
Lo amaba, ella lo amaba,
amaba cada jeringuilla de él,
cada gramo de ausencia,
su mirada azul,
su aliento.
El murmullo de los ladrillos
contaba su historia,
la historia de una mujer bella,
buena,
viuda,
la historia de un hombre salvaje,
libre,
drogadicto.

Antonio García Vázquez

martes, 19 de marzo de 2013

Fragmento

Pensó que cualquier excremento literario disfrazado de tópico absurdo le habría de bastar para introducir una presentación previa a su primer poemario. Dejó de escribir y siguió caminando. Se encontraba de nuevo en la calle donde pasó los primeros años de su atormentada juventud. Dispuesto a subir a la antigua casa de sus padres, que acababa de ser demolida hace unos meses, abrió la puerta de aquel portal medio derruido y subió por unas escaleras agrietadas hasta la puerta de piso. Luego, se adentró en el mugriento pasillo y observó un colchón en suma putrefacción al final de éste. Jamás pensó que se encontraría a una mujer en él acostada. Sin duda alguna, había una muchacha pelirroja con unos senos descomunales y una palabra inscrita en el muslo derecho. Su cuerpo etéreo y esculpido en marfil contrastaba con la imagen tétrica de aquel piso. Acercó su vista hacia sus piernas, tratando de leer el tatuaje. Pudo apreciar únicamente un término latino: nihil.
 –¿Qué le parece la introducción a mi novela?
Pregunté al viejo que se sentaba a mi lado en el tren.
–Me parece una autentica mierda, eres un pedante asqueroso. Absolutamente patético.
Me marché de aquel asiento y choqué con una chica en el pasillo del vagón. Fui al retrete que había justo al final del pasillo. Éste apestaba a semen, vómitos y látex. Aquel olor a inframundo no impidió que me bajara la cremallera del pantalón y me masturbara frenéticamente. Al salir del tren me estaba esperando un chico que parecía un toxicómano a simple vista. Era  un  amigo del instituto que se llamaba Alfredo Pedrero.
–Hola, tío –dijo –¿Quieres un cigarro?
Vale. ¿Lucky Strike?
–Por supuesto. Siempre fumo un cigarrillo de estos mientras espero un golpe de suerte
-¡Qué estupidez, joder!
-Sí, es bastante absurdo.
Fuimos a su casa, cerca de la alameda. Cuando subimos, cogimos un par de pintas y nos sentamos en el sofá de su salón. Sacó una bola de papel de aluminio y la abrió. Dentro de ella había una cantidad de marihuana suficiente como para drogar a un centenar de elefantes. Alfredo se acercó a mí sonriendo.
-¿Has probado alguna de estas? Es un tipo de sativa alucinógena.
-No, pero es un buen momento para hacerlo.
 En ese mismo instante sonó el timbre de la puerta. Era otro compañero de instituto, un viejo colega. Se trataba de un tipo bastante peculiar, excesivamente delgado y alto. Se llamaba David Vilchez.
-¡Hola camaradas! –dijo –¿Qué se cuece por aquí desgraciados? Le gustaba sacar de quicio a cualquier ser humano sobre la faz de la tierra, un capullo en toda regla.
–Me gustaría probar esa mierda que has traído
Nos fuimos a un parque cercano y nos sentamos en el césped a fumar. Alfredo abrió un cigarrillo, extrajo todo el tabaco que contenía, sacó el algodón de la colilla y le arrancó un pedazo.
–Preferiría no aliñarlo –dije. Quería probar la intensidad de la sustancia, prescindiendo de tabaco o cualquier otro aditivo.
–¿Estás seguro?
En ese momento desconocía que la dosis era excesiva. Podría producir un efecto similar al del ácido, una completa alteración de los sentidos, una percepción de la realidad absolutamente surrealista.
–Seguro, joder –dije yo.
La situación se tornó psicodélica en exceso. Yo me tumbé en el césped aturdido, cieguísimo. Comencé a acariciar la hierba con asombro. Me sentía ingrávido. Parecía como si la tierra sobre la que me acostaba endureciese por segundos. Incapaz de articular una sola palabra, me agarré fuertemente al tronco de un árbol.
–Es…esto…toy so…bre ro…ca.
-¿Qué dices? ¡Estás muy drogado!
–Digo que estoy sobre roca.
Intenté levantarme, lo conseguí. Iba tambaleándome hacia la fuente,cada vez a paso más lento.
Perdí el sentido del equilibrio y tropecé. De repente, vi pasar infinidad de personas, los cuerpos y los rostros parecían tener forma geométrica. Cuando conseguí llegar a casa, anduve dando círculos durante más de siete minutos. Una vez en la habitación, me eché sobre la cama. Las sábanas parecían más ligeras que nunca. Sentía un temblor en cada extremidad de mi cuerpo. En un torpe intento de acomodrame, caí tendido al suelo. Finalmente, entre vuómitos y alucinaciones, conseguí dormir.

Pablo Velasco.




Noches infinitas

Esta semana, doble dosis de fotografía.




"El sexo aplaca las tensiones, el amor las provoca"   Woody Allen



Fotógrafo: Sergi Planas




miércoles, 13 de marzo de 2013

Pinceau à lèvres...

Mi palabra es aquella de aire hondo, aquella durmiendo, pasión de ave y de selva; aquella que acucia uno de tus sentidos pechos bebiendo, aliviada, tranquila ya: aunando los latidos y los labios.

[XL]

Si mi voz arraigara alguna vez en el lóbulo
dulcemente,
anhelada quizá, manto suave,
solemne aviso de un dormitar lento;

si se despegara, simple, de un labio
y te alcanzara severa,
tránsito más allá de un cuerpo,
divina guía entre vientos
para encontrarte el alma tuya
y respirara, exenta,
te diría, simple, lo verdadero,
lo escondido en estos ojos:
el lamento de una diosa
que no puede oír, ni tocarme.


Francisco Vicente

martes, 12 de marzo de 2013

Bellezas de alambre

Me inundan al pasear
andamios de bambú oxidado,
nado entre olas de alquitrán
y buceo el cemento más crudo,
busco la luz entre las hojas
de latón, alambre y plata,
y encuentro apenas
cadáveres de gorriones,
enrredados en Wolframio.
Decidme ahora,
amantes del celofán,
dónde está la belleza de la tierra gris,
qué puede crecer del tornillo
además de esa hierba mustia vuestra,
qué puede haber detrás del cobre
con el que cerráis las lentillas.
Decidme qué hay de bello en una colilla,
qué hay de bello en el hombre
fermentado...
Porque yo aún veo la belleza en el mismo lugar,
unos ojos pardos
y una piel morena.

Antonio García Vázquez

lunes, 11 de marzo de 2013

Desátate, puedes


"¿Quieres dejar de pertenecer al número de los esclavos? Rompe tus cadenas y desecha de ti todo temor y todo despecho."   Epicteto de Frigia


miércoles, 6 de marzo de 2013

El instante


Las putrefactas y alternas venas húngaras de Pest se adivinaban extraordinariamente grises a sus ojos. Objeto acaso del freno sincopado de unos años llenos de amor y Europa, llenos de poesía y París: llenos de mar, en definitiva.
Se encontraba sentado frente al estampado prosaico del azul que lejos de envolver la pasión de un Danubio desbocado en el más frío de sus inviernos, acontecía y albergaba un gélido aire de pérdida en cada una de sus pinceladas.
El aire desterrado de los antiguos caminó elegante entre los muros de óleo y piedra pulida hasta dormirse plácido en su diafragma hendido. En sus dientes guardaba aún restos de lirios y amapolas de la última vez que encendió su labio un átomo siquiera de aquel pecho alzando los bosques y selvas como espadas en medio de tormentas de arena y cristales empañados.
Era ese azul, aquel azul blanquecino vibrando en incoherente sinestesia, mostrando músicas y metales que punzaban cada célula de su atenta pupila; ese azul que le llevaba la mordedura invicta de una roca desnuda como una musa desquitando su instinto y placeres en el lóbulo de su oreja, infectando de frío la tez de un hombre inevitablemente vencido ante el abismo de una realidad indefinible e inalcanzable, pero tangible.
¿Qué mármol pudo contener en sí mismo tal herética perfección, fetichista visión de la creación absoluta, del azar de un supremo jugando con inepto cincel al rompecabezas del tiempo? ¿No era ella, acaso, un azul cualquiera?
París se vestía de blanco y grises en otoño, como en una moda sugerente. La ciudad rezumaba un erotismo inherente a cada una de sus luces, en cada escalón.
Era el color de la nostalgia, mezcla de lluvia y humo en las manos de un hombre encerrado tras el cristal de un autobús.
Se preguntó, sin embargo, qué tipo de artista cometería tal fascinante disparate. Un beso. Y, sin embargo, Cracovia. Y rojos y verdes por todas partes, y nieves mirando celosas el mercurio de reojo, amenazando con volver mientras dormíamos.
Disparó el aire una vez más. Y los neones eclipsaron corintios el carmín vencido de una boca triste y austera, aunque decorada con gusto exquisito: sólo Chanel y aquel silencio aterrador. Era más que suficiente.

Francisco Vicente

martes, 5 de marzo de 2013

Molinete

Cartagena tiene 5 colinas, 3000 años de historia y un mar. Pero en cada día de esos 3000 años, cada una de sus 5 colinas ve solamente a una pareja de enamorados, enamorarse o dejar de hacerlo, pero siempre frente al mismo mar, siempre en la misma colina:


Anatomías de la ciudad de cristal,
mientras respiras,
envuelven la noche en sombra de neón,
mientras me quieres.
Se levanta una colina oscura,
sola entre cinco,
que mueve entera a una ciudad,
a un mar,
como un molino,
y los hace bailar con tu mirada,
 con tu piel,
con nosotros.
Bebe de la noche y de mi boca,
que el frío no vence nuestra intimidad,
que no hay ninguna nube en el cielo,
para nublarnos,
no hay ninguna luz en la tierra,
para apagarte,
que no hay colina más alta que esta.

Antonio García Vázquez.

lunes, 4 de marzo de 2013

sábado, 2 de marzo de 2013

Pase de fin de semana

Sir Ken Robinson: "Hay demasiada gente que siente que en los colegios no valoran aquello en lo que son buenos. Demasiadas personas creen que no son buenas en nada. Encontrar nuestro Elemento es fundamental para nosotros como individuos y para el bienestar de nuestra comunidad. La educación tendría que ser uno de los procesos principales que nos llevara hasta el Elemento. Sin embargo, con demasiada frecuencia lo pisa y lo reprime."
El poeta irlandés W.B. Yeats, escribió lo siguiente para su amor, Maud Gonne, dónde él lamentaba que no podia realmente darle lo que pensaba que ella quería de él.
'Si tuviese las telas bordadas del cielo, recamadas con luz dorada y plateada. Las telas azules, y las tenues y las oscuras; de la noche, y la luz y la media luz, extendería las telas bajo tus pies.
Pero siendo pobre, solo tengo mis sueños. 
He extendido mis sueños bajo tus pies; pisa suave, pues pisas mis sueños'
Y cada día, en todas partes los estudiantes extendemos nuestros sueños bajo vuestros pies.
Os lo pedimos por favor, pisad suave.

Javier Román